Por Andrés García
¡En occidente no nos preparan para la muerte! El solo hecho de nacer, tener vida en un cuerpo físico que palpita y evoluciona, que generalmente cumple con todo su ciclo natural y luego envejece, conlleva a deducir que todo organismo vivo, por el solo hecho de estarlo, en algún momento caduca, muere. “Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos”, nos decían en clase de biología; sin embargo, nunca fueron más allá de este enunciado y menos ofrecieron herramientas o escenarios de discusión para asumir de manera estoica este paso obligado de la vida, como parte natural de la misma.
En todo el mundo, antes y ahora, las más de 4.200 religiones que existen en el planeta (Kenneth Shouler, “The Everything Word´s Religions Book”) fundamentan ante fieles y seguidores gran parte de su teología, filosofía y epistemología su promesa de una vida más allá de la actual. Durante siglos pintores, escultores, escritores, filósofos y muchos otros han plasmado - por medio del arte - su interpretación acerca del Tánatos (Muerte), hijo de la noche y gemelo de Hipnos (Sueño) los cuales, según la tradición griega, discutían cada noche por definir quién de ellos se llevaría al siguiente hombre.
Cada persona decide creer o no en la continuidad de la vida, conforme a sus experiencias, conocimientos y convicciones. Algunos, criterio absolutamente respetable, piensan que la vida concluye con el advenimiento de la muerte y ya. Personalmente considero que - al igual que el elemento agua - nuestra energía cambia de estado, de tal forma que la esencia del Ser, intención original y divina, no desaparece sino que evoluciona de lo físico a lo no físico.
En la cultura oriental, vida y muerte - Yin y Yang - conceptos provenientes del Taoísmo, son fuerzas fundamentales opuestas y, a la vez, complementarias. Una es causa y consecuencia de la otra. Lo cóncavo y lo converso, luz y oscuridad, día y noche, arriba y abajo, afuera y adentro, como todo en este Universo, es una dualidad permanente originada desde la creación donde las cosas existen en correspondencia a su opuesto, contradictorio e inseparable. ¡Vida y Muerte no son la excepción! Por tanto, preguntarnos acerca de la muerte supone antes elaborar un racionamiento consciente sobre la vida: ¿Qué entendemos por vida? ¿Qué significa vivir? ¿Cuál es nuestro propósito de vida? ¿Cuál es el valor que le asignamos a la misma? ¿Cómo apreciamos la vida? ¿Cómo la mejoramos cada día? ¿Cuánto valoramos o no la vida propia y la del otro? ¿Qué tan consciente estamos sobre la vida del planeta, la naturaleza y demás seres vivos? ¿Qué tanto contribuimos o no en su bienestar?
La discusión acerca de la muerte es y deberá ser una pregunta permanente por la vida. Independientemente del ángulo desde el cual se aborde su fenomenología, tarde o temprano, llega. Ocuparnos de vivir un mejor presente, desde el amor y con una mejor calidad de vida - sin afectar a los demás y en cambio sí contribuir en su bienestar y el del planeta - podría llevarnos a mitigar la incertidumbre que la misma implica.
Llegó la hora de erradicar prejuicios, permitir que los demás vivan en paz y dejar que las etapas de la vida simplemente fluyan, confiando en la sabiduría universal que nos ha creado.
(Los conceptos expresados no representan a la RAP Eje Cafetero, entidad de la que soy su Director de Comunicaciones).
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